miércoles, 5 de febrero de 2020

¡GUAU!




«Mi teniente, con su permiso, deje que le explique lo ocurrido. Todos sabemos que hay hombres que nacen con cuerpo de mujer y viceversa, cosa que comprendemos y aceptamos como no podía ser de otra forma. Ojalá mi caso fuese parecido, pues con un tratamiento u operación resolvería el problema. Pero resulta que yo he nacido perro en un cuerpo humano, y ese error o capricho de la naturaleza, llámelo como quiera, tiene difícil -por no decir imposible- remedio. La ilusión de mi vida, por la que daría lo poco que tengo, es ser perro policía. Detectar mediante mi prodigioso olfato alijos de hachís o cocaína en los contenedores del puerto; inmovilizar a un sospechoso rodeando su cuello con mis fauces, después de haber saltado una pared de dos metros y haberle quebrado alguna articulación; salvar a un bebé de una muerte segura, atravesando un edificio en llamas o adivinando su existencia bajo las ruinas de un terremoto. Cosas que hacemos los perros, vaya. Como lo sucedido esta mañana durante las prácticas: se me ha ido la pinza, se me han cruzado los cables y ha prevalecido mi instinto canino. Le suplico que considere esta declaración como un atenuante y no me apliquen el reglamento con todo el rigor.»

Eso es lo que he manifestado, detrás de un bozal tipo Annibal Lecter, al oficial de turno. Este me ha contestado que después de haber despedazado a dentelladas las nalgas de Gutiérrez, no tiene más remedio que mantener el arresto y tramitar mi expulsión del Cuerpo. Que aquí no hay sitio para especímenes como yo. Que vuelva al pueblo y hable con el pastor, para ver de cuidar su rebaño a cambio de unos huesos.

Temo que esa expulsión se verificará en cuestión de horas. Espero que no me diagnostiquen la rabia y mi víctima no entable una demanda judicial, lo que empeoraría aún más la situación. Después de pensarlo mucho, creo que la única alternativa va a ser someterme a una castración química y encontrar a un invidente al que servir como lazarillo.

¡Guau!

martes, 18 de junio de 2019

UN WATUSI EN GROENLANDIA

Resultado de imagen de AFRICANO NIEVE

Dobló la esquina. Al otro lado el silencio era casi total. Esa noche no había luna y Flanagan temblaba como un watusi en Groenlandia. Si el soplón estaba equivocado o le había traicionado, no solo podía irse al traste su incipiente carrera de detective, igual lo convertían en abono para amapolas. Caminó hacia el viejo y oscuro almacén hasta llegar al portalón de entrada. Pegó su oreja a la fría madera y se sobresaltó al escuchar el maullido de un gato. Aunque no oyó nada más, su instinto le advertía de presencia humana en aquel recinto. Notó cómo un sudor helado le recorría la espalda. Desenfundó, quitó el seguro y amartilló el revólver. Se santiguó, pateó la puerta y entró como un toro bravo en un coso taurino. Las luces se encendieron y medio centenar de personas gritó al unísono «¡¡¡SORPRESAAAAAAA!!!»

(Segundo Premio IV Concurso de Relato Rápido Valencia Escribe - Puerto de Sagunto, 15.06.2019)

sábado, 26 de enero de 2019

Jódete, Bukowski



Estaba yo comiéndome una ensalada en el bar del polígono. Comiéndome una insípida y monótona ensalada, cuando de repente me sobrevino el deseo de abandonarlo todo. Dejar mi trabajo. Dejar mi familia, mis amigos. Dejar mi casa. Dejar mi ciudad, con su mierda de edificios, su mierda de tráfico y su mierda de polución, que nos mata a todos poco a poco, en silencio. Huir. Huir al sitio más remoto de este mundo inmundo. A algún rincón donde hubiese poca gente o ninguna, donde la civilización estuviese a una distancia saludablemente lejana. Porque, como dijo Bukowski, «se empieza a salvar al mundo salvando a un hombre», y yo, con una triste ensalada delante, necesitaba en ese instante salvarme a mí mismo para empezar a salvar a la humanidad.

En estas llegó Juan, el camarero, y me sirvió el segundo plato. Al contacto del contenido de la primera cucharada con mi paladar, experimenté un orgasmo de sabores, mientras un coro de ángeles iniciaba un fascinante concierto dentro de mi cabeza. Aquello no era paella, en absoluto. Aquello no respondía a la típica combinación de arroz, pollo, conejo y verduras. Aquello era un auténtico maná celestial, Aleluya. ¡Aleluya! Tuve que reprimir las ganas que me entraron de correr hacia la cocina, postrarme ante Amparo y ensalzarla con una retahíla de hosannas y clamar «bendita seas entre todas las cocineras y benditos sean los frutos de tus fogones». En lugar de ello seguí comiendo. Lenta, pausadamente, con los ojos cerrados para concentrarme en las mágicas sensaciones que aquel guiso me proporcionaba mientras gruesos lagrimones rodaban por mis mejillas. 

Cuando terminé, solo deseaba regresar a la fábrica, colocarme las gafas de seguridad y continuar soldando una inacabable colección de tubos de acero cuya finalidad me importaba un comino. Fichar a las seis, arrancar el coche y volver a mi ciudad, con su mierda de edificios, su mierda de tráfico y su mierda de polución. Volver a mi casa, con mi familia y mis amigos. Buscar los libros de Bukowski y tirarlos a la basura, mientras le decía a ese tío: «Te creías muy listo, pero nadie puede salvar al mundo, capullo, y yo menos que nadie».

viernes, 9 de noviembre de 2018

Poemario

Hace tiempo que tenía ganas de publicar una recopilación de poemas, aunque como poeta siempre me he considerado un impostor. Por eso he tenido el atrevimiento de autoeditarme en Amazon.

Aquí dejo, enlazados a las imágenes de portada, por si a alguien interesan, los enlaces para conseguir los libros a un precio de auténtica risa. Advierto que se trata del mismo libro, publicado tanto en castellano como en valenciano.



martes, 9 de octubre de 2018

Soñar para aprobar



En clase de Somniología todos los alumnos son muy aplicados. Bueno, todos menos Remigio Cantalapiedra (penúltimo en tercera fila) y Jennifer Mayordomo (cuarta en primera fila), que como están en la edad del pavo y andan medio enamorados -o eso creen ellos-, solo consiguen soñar despiertos. Si quieren pasar de curso, no les quedará otro remedio que volver a examinarse en septiembre.